E
stamos ante ti,
E
spíritu
S
anto, reunidos en tu no
m
bre.
T
ú que eres nuestro
verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones.
Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la
m
eta. I
m
pide que perda
m
os el
ru
m
bo co
m
o personas débiles y pecadoras.
N
o per
m
itas que la ignorancia nos lleve
por falsos caminos. Concédenos el don del discernimiento, para que no deje
m
os
que nuestras acciones se guíen por prejuicios y falsas consideraciones.
C
ondúcenos a
la unidad en ti, para que no nos desvie
m
os del ca
m
ino de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforce
m
os por alcanzar la vida
eterna.
E
sto te lo pedi
m
os a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con
el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.
L
as sesiones del
C
oncilio
V
aticano
II
co
m
enzaban con el rezo de esa oración, y lo
m
is
m
o los
S
ínodos de
O
bispos que tuvieron lugar desde entonces.
E
s la oración que se
propone ta
m
bién para el co
m
ienzo de las reuniones del actual proceso sinodal, como la
nuestra que se propone para el próximo día
12. No
consta que el
E
spíritu divino inspire
mucho a los participantes en esas asa
m
bleas; lo que es seguro es que no inspiró al
autor de esa oración.
L
o deci
m
os por la línea que destacamos en color rojo. Se le ve una
finalidad descarriadora, una intención de dirigir la atención de los reunidos a las cosas
del cielo para apartarla de las del
m
undo.
E
so de esforzarnos en nuestro peregrinaje
terrenal para alcanzar la vida eterna es equívoco, inconcreto; puede dar por supuesto
que se trata de la tradicional práctica devocional y sacramental.
V
éase la diferencia de tal tipo de oración con el
Padre Nuestro
. Jesús dirige la
atención de los orantes a las cosas del mundo, a lo que hay que hacer en el mundo:
Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo
;
perdónanos como perdonamos
nosotros
;
danos el pan de cada día
;
líbranos del
m
al
;
venga a nosotros tu Reino
…
Sobre
todo, esto:
Venga a nosotros tu Reino
, y nos convoca a construir ese Reino, que no es
como los de este mundo… Falta totalmente esa convocatoria en la oración sinodal
que comentamos; nada de mencionar planes a realizar en este mundo. Para nuestra
jerarquía eclesial, tan acomodada a los reinos de este mundo, la identidad radica en la
sacramentalidad, la asunción de la mediación que nos llega de Cristo y el Evangelio, o
sea, se valora la institución, la jerarquía, la doctrina, la
L
ey, el rito, los sacra
m
entos
...
de aquí provienen también: el dogmatismo, el autoritarismo, el ritualismo, adoración a
Dios, veneración a los santos, rezos a la Virgen... pero todo ello desco
m
pro
m
etida-
m
ente, sin i
m
plicación en las cosas del mundo. Basta con hacer el rito, el sacramento,
sin repercusión social, sin práctica transfor
m
adora de la realidad.
S
e ensalza lo ritual,
lo cultual, lo institucional y se menosprecia la responsabilidad personal, la búsqueda
de la justicia. Se mira hacia el cielo y no se denuncia los crímenes, la explotación, el
so
m
eti
m
iento de los pequeños, de la
m
ujer, de los
m
arginados, de los desposeidos...
E
l
S
ínodo convocado bajo el le
m
a:
co
m
unión, participación y
m
isión
no puede andarse
con ambigüedades sobre el contenido de la
misión
.
O es trabajar por el Reino de Dios
y su justicia en el mundo, o no es nada. Y este es un trabajo que no se realiza mirando
hacia el cielo como sugiere la oración sinodal.